Parece ser que el origen de la moto de hoy data de 1967:
Estamos ante una verdadera café racer, un máquina antigua hecha para mejorar sus prestaciones, manteniendo una esencia estética que arrebata nuestro corazón aunque no seamos aficionados a las dos ruedas.
Los criterios de la belleza son intemporales, y la naturaleza así lo demuestra a lo largo de la historia de la humanidad. Las proporciones entre tamaño de ruedas, depósito y longitud general deben estar dentro de unos criterios objetivos, y gracias a mantenerse dentro de los mismos, hoy podemos disfrutar de esta motocicleta, pequeña de corazón, pero grande en su concepto.
Deléitense con la multitud de pequeñísimos detalles, a la par de la extrema limpieza de líneas y de ejecución. Una perfecta línea recta que como un rodrigón hace de apoyo al conjunto depósito-asiento-colín; el ángulo ligeramente ascendente de su recto colector de escape; los bujes originales, preciosamente pulidos y radiados con unos aros de medidas a medio camino entre el entonces y el ahora; y un color blanco escogido adrede, quizá para intentar dar presencia a una moto de tamaño bastante contenido:
No nos olvidemos del detalle racing de la quilla en un rojo disonante, semimanillares por debajo de la pletina de dirección, el estrecho sillín monoplaza, o el protagonismo del depósito procedente de una Benelli Mojave 260.
El motor, perfectamente revisado y preparado para la ocasión, es de una belleza clásica, y su espíritu simplista casa como no lo podría hacer otro, en el seno del simple, pero coherente, chasis de la época:
Algunas concesiones a tiempos modernos son la conversión a un sistema eléctrico de 12 voltios, un sistema keyless, el uso de un tacómetro digital (bastante fuera de lugar e improcedente en una belleza como ésta, punto negativo), una toma de corriente tipo mechero escamoteada bajo el faro, y algunos leds en la iluminación...
En general y total impresión percibida, una obra sobresaliente, atípica y única.
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